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Templo del Pilar desde el río Ebro |
En el S.XVII lo crisis de la monarquía hispánica y de la nobleza rentista hizo recaer el comercio y el flujo de capitales. Se sucedieron las crisis agrícolas y las pestes de 1658 y la de 1652 incrementaron la mortalidad habitantes y la religiosidad. Las oligarquías urbanas, menos reticentes a Castilla que la nobleza, mantuvieron sus puestos.
Zaragoza forma parte de una España en crisis que se repliega sobre un catolicismo que la hizo valedera de parte de la leyenda Negra. La crisis peninsular, que no pudo remontarse con los consejos de los arbitristas, hizo recaer el comercio y el flujo de capitales. Pese a todo las oligarquías urbanas mantuvieron sus puestos, en parte porque eran menos reticentes que la nobleza aragonesa a las disposiciones castellanas.
La ciudad fue rica en músicos para órganos y polifonía y también en pestes: la peste de 1658 y la de 1652 mermaron la ciudad y la dejaron en 25.000 habitantes. Ante esta realidad catastrófica surgieron hospitales, asilos y montes de piedad. Pese a la crisis o quizás por ella, en el S.XVII zaragozano se construyeron templos, seminarios, iglesias, conventos, capillas, oratorios y claustros como nunca. Iglesia de San Felipe y Santiago, San Nicolás de Bari, Nuestra Señora del Portillo, Iglesia de San Juan de los Panetes y un largo etc. Ingresar en una orden o cofradía eran salidas seguras para los hijos arruinados de la ciudad.
El culto mariano se incrementó con la construcción de La Basílica del Pilar, desde entonces, seña de distinción de la ciudad. Las dos catedrales, la de la Seo y la del Pilar, vivieron algunos enfrentamientos, los moriscos que quedaban fueron expulsados y el Tribunal del Santo Oficio continúo regulando los límites del intelecto y la moral.