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Aquellas, aquellas de blanco eran. |
Hasta hace muy poco, las únicas ocasiones en que los demás te obligaban a escuchar su música eran aquellas en que pasaba un hortera con la música a todo trapo, generalmente tecno hardcore (makineta para los amigos) o mas recientemente raggatón. Pero las nuevas tecnologías han expandido los dominios de estas gentes que sienten el impulso de compartir contigo sus músicas.
Para muestra, un botón; una parada de autobús del Paseo Independencia bajo un cielo encapotado que empuja a los sufridos ciudadanos bajo la protección de la marquesina. Yo, con la suerte en mi favor según creí, había pillado sitio en el banco de dicha parada. Junto a mi, dos adolescentes, una de ellas con un teléfono móvil de última generación con mp3 y potentes altavoces con el que comienza a deleitar a los presentes con alguna suerte de rumba pop agitanada que tan de moda parecen estar entre los púber, mientras ella y la amiga corean la letra animadas y dicharacheras.
Una canción, vale. Dos, soportable. Pero el autobús se retrasa, se va reuniendo mas gente en el interior y exterior de la marquesina y las chicas no cejan en su audición. Yo comienzo a sufrir y a desear que por favor llegue ya el maldito 38 para dejar de escuchar el hit parade del lumpen. Porque, si bien es cierto que la vida sería estupenda si sonara mágicamente una banda sonora mientras realizamos nuestras actividades cotidianas, tal pensamiento no deja de ser una quimera dado que cada uno tenemos nuestros gustos musicales únicos -y mayormente encontrados con los de los demás- y para prueba, este hecho que estoy narrando.
Llega el 38 y se abren las puertas. Me evoca el momento en que la frontera francesa abrió sus puertas en 1939 para recoger la avalancha de refugiados que aguardaba día tras día bajo la lluvia. Es decir, todos en tropel a entrar al autobús. Pero una vez dentro y en marcha, observo consternado que las adolescentes están en el autobús, al fondo, y que juraría que han subido el volumen de los altavoces. Su afán por alegrarnos el trayecto a los demás con su música aumenta, a la vez que disminuye la calidad del estilo musical: una fusión del mismo tipo de rumba arriba mencionado con hardcore barato de macro discoteca decadente de Almudévar. Por las caras y las miradas de los demás viajeros puedo decir que nadie disfrutaba de la sesión salvo ellas mismas, que continuaban dejándose llevar por el sonido detonativo.
Y es que debe ser imposible vivir la vida ajeno a la música de los horteras. Ellos pueden morir de viejos sin llegar a saber nunca que música escucho pero no así al contrario. Antes sólo tenían el arma de la ventanilla del coche bajada y el radiocassette a tope, pero ahora cuentan con artillería pesada, iPods, móviles y mp3. Están armados hasta los dientes y sólo tienen un objetivo: atormentarnos.
Tenía un amiguete que hizo lo que a buen seguro a todos se nos ha pasado alguna vez por la cabeza. Un personaje paró en un semáforo con su música a tope y se puso a su par, subiendo el volumen y con gesto desafiante. Aquel amiguete, le miro con desdén y le espetó:
-Pues menuda mierda de música que llevas.
4 Comentarios. Dejar nuevo
:)) :)) :)) =))))))pues entonsec ¡menuda mierda de música que llevaban esas! ¡pobre de ti! y de todos…