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Son las 17,15 horas y arranca el talk show líder de la televisión: El Diario. Sandra Daviu presenta a la protagonista de mi historia. No consigo recordar su nombre, así que la llamaré Carmen. “Nuestra siguiente invitada, Carmen, ha pillado a su marido siéndole infiel en tres ocasiones y sospecha que sigue engañándole con otras mujeres. Esta tarde, descubrirá toda la verdad…”.
Carmen es una mujer joven, apocada, de belleza sencilla y, sospecho, sin demasiados estudios. A pesar de su juventud, tiene dos hijos y vive en casa de sus suegros porque su marido está en paro desde hace un año. A pesar de haberlo perdido todo: la casa, el sustento…; sale cada noche y regresa de madrugada, borracho. En tres ocasiones, Carmen le echó valor y decidió seguirlo y en las tres ocasiones, le descubrió “en actitud cariñosa” con otra mujer.
-Eso es una falta de respeto, Carmen.
-Sí, lo sé…
-¿Y tú le sigues queriendo?
-Sí…
-Hoy has venido a descubrir toda la verdad, por muy dolora que pueda resultar, así que mira este vídeo.
En el vídeo, su marido, un morlaco con pocas luces, confiesa, entre risas, haberle sido infiel hasta en diez ocasiones. Carmen rompe a llorar y asegura que le va a poner las maletas en la puerta. “Es lo que tienes que hacer, Carmen, por ti y por tus hijos”, intenta consolarle Sandra. Su suegra interviene por teléfono: “No reconozco a mi hijo. Antes era muy buen niño pero se ha vuelto un sinvergüenza. Carmen, yo te apoyo en la decisión que tomes, sea cual sea”.
Sandra despide por unos minutos a Carmen e invita a entrar en el plató al susodicho marido, que sin sonrojarse, vuelve a reconocer sus continuas infidelidades. “La culpa la tiene esta maldita crisis… Sí, sí, la crisis, no te rías, rubia. Porque yo antes llegaba a casa reventado de trabajar y no tenía ganas de nada. Ahora estoy ocioso… y por eso salgo… y ya sabes, las payas son un poco guarrillas”.
Entonces la presentadora le enseña un vídeo en el que Carmen se muestra decidida a abandonarle. Él intenta fingir consternación, pero se le escapa una sonrisa. Sandra invita a Carmen a unirse al espectáculo. Ella se sienta junto a su marido. “Tú eres la mujer de mi vida y por eso te prometo que voy a cambiar”, le dice, sin demasiada convicción. La mirada cabizbaja de Carmen, que guarda silencio, está vacía. La suegra vuelve a entrar por teléfono. “Si Carmen echase a su hijo de su casa, ¿usted estaría de acuerdo?”, pregunta Sandra. “No, por Dios, como voy a cerrarle yo las puertas de mi casa a mi propio hijo”, responde. “¿Y dónde va a ir entonces su nuera?”. “Dónde va a ir”, interviene, de pronto, él, “a ninguna parte”.
En ese momento siento una necesidad imperiosa de cambiar de canal, de olvidar enseguida el rostro de Carmen, a su carcelero, a la suegra que ha prometido ayudarla pero que ahora le da la espalda. Porque Carmen, todos lo sabemos, nunca reunirá el valor suficiente para abandonar a su marido.
Son las 21,00 horas. Los titulares del Telediario informan de una nueva muerte por violencia de género. “Ya son 26 las mujeres asesinadas a manos de sus parejas en 2010, el doble de víctimas que en el mismo periodo del pasado año”. Seguramente fueron mujeres sumisas, dependientes, aisladas, con baja autoestima, desvalorizadas por la persona que más y mejor tendría que haberlas querido… Las hay en todos los estratos sociales y niveles culturales. Demasiadas víctimas de la manipulación emocional, de su propio rol y de su propio sexo, en definitiva, de la desigualdad. Demasiadas “Cármenes”.