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El miedo actúa como un potente veneno paralizante. Ningún otro sentimiento es capaz de producir una angustia tan insondable, una fuerza terrible que nos oprime y nos impide reaccionar, que nos convierte en seres vulnerables. Existe el miedo a perder a las personas que queremos, el miedo a morir, el miedo al fracaso, el miedo a equivocarnos, el miedo a la renuncia y a veces, incluso, el miedo a ser felices.
Y uno puede hacerle frente o, simplemente, aprender a convivir con su inevitable presencia. El miedo nos acecha detrás de cada esquina, dispuesto a ponernos la zancadilla. Llegas incluso a acostumbrarte a su gélido aliento en la nuca. Te acompaña en el autobús, en la oficina, en el sofá cuando de tumbas a ver la tele… Se convierte en un sentimiento cotidiano, tan familiar como la felicidad, la tristeza, el deseo o la incertidumbre.
Se puede vivir con miedo, siempre y cuando quede esperanza.
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El miedo es una roca plantada en medio de tu camino que no te deja avanzar. Hay dos opciones: sentarse a mirarla y esperar a quer se vaya sola; o escalarla y saltar por encima, aún que cueste, y dejarla atrás. Así, cuando sigas tu camino, cada vez que vuelvas la vista atrás la verás más y más pequeña.
Muy bonito. Gracias…