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El otro día esperaba en una parada el autobús. Un autobús que no llegaba. No sabía exactamente si estábamos en el horario de paros convocados por los autobuseros pero se lo comenté a una pareja de señores mayores que estaba allí. El señor manifestó su indignación con los conductores. Yo no me callé lo que pensaba.
Cuando nos encontramos en una situación normal, bien podríamos poner unas sillas de pescar en la parada y sacar el chorizo y la longaniza mientras esperamos a que aparezca un autobús. Pero cuando la situación es anormal, como es la de la huelga de los trabajadores de TUZSA, podemos olvidarnos del autobús y optar por la zapatilla como mejor medio de locomoción. Pero es precisamente en esta situación donde se pone a prueba el grado de capacidad de empatía y de solidaridad que tenemos.
Siempre que hay una huelga en el sector de los servicios públicos, según que medios de comunicación nos muestran el agravio que representa para los usuarios. Por ejemplo, cuando nos muestran imágenes del metro de Madrid en estos días en los que los trabajadores de los servicios de limpieza mantienen un difícil y valiente pulso contra la patronal. En esas imágenes se nos muestra repetidamente a ciudadanos escandalizados, suciedad, todo obra y gracia de los huelguistas. Pero nunca nos han enseñado cuando estos trabajadores no están en huelga y limpian la mierda (figurada y literal) del subsuelo de Madrid ni mucho menos su nómina a final de mes ni las horas que hacen. No, eso no interesa que sea visto y compartido. Entonces tal vez podríamos sentir simpatía por ellos y comprenderíamos quien es el más agraviado aquí y la gente podría comprender quien tiene la culpa de que llegue la sangre al río. Porque a nadie le gusta tener que luchar y jugarse el pan. No lo hacen por capricho.
Así que yo le dije al señor mayor que yo apoyaba a los trabajadores que estaban luchando por unas condiciones dignas de trabajo que además significarían dar un buen servicio de transporte público gracias al cual tal vez nos podríamos olvidar de las largas esperas, de los buses llenos, de las sillas de pescar y del chorizo y la longaniza. Y si por eso tengo que irme andando, estoy seguro que es pagar un bajo precio. Y tampoco me costaría nada acudir a la manifestación de estos trabajadores a mostrar mi solidaridad y apoyo.
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