Saboreando

¡Por fin es tiempo de terrazas!

Ya es primavera… Con el calor, nos invade una euforia febril. Queremos hacer todas las cosas a las que el gélido invierno nos obliga a renunciar: pasear, tomar unas mojitos en una terraza, salir a la calle ligeros de ropa… Se nos olvida la crisis, la gris rutina y parece como si, de pronto, descubriésemos que somos felices y que merece la pena exprimir ese milagro que llamamos vida.

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Anochece más tarde y mágicamente, la luz que nos regalan las tardes de primavera nos permite reconocer mejor el encanto de la vida: caminar descalzo por el césped –cual Richard Gere en Pretty Woman–, sentarse en un banco a leer la prensa o quedar con los amigos. Con la primavera, la sangre se nos altera: nos volvemos intensos, apasionados, risueños… Porque la felicidad no consiste en disfrutar de grandes lujos, sino en apreciar los que están al alcance de cualquiera. Yo, por ejemplo, prefiero unos huevos fritos con morcilla a una bandeja de caviar. O compartir unas cervezas y unas risas en un garito de la ribera, con el sol calentándome el rostro, a todo el oro del moro.

Me contaba una vez una ancianita encantadora que desde su juventud ha sufrido depresión que, cuando era joven y se encontraba triste, su madre le decía: ofendes a Dios desde que te levantas hasta que te acuestas. Yo prefiero la versión laica: quien no saborea los placeres de la vida no los merece.